La educación por
“competencias” y el neoliberalismo
Olmedo Beluche · ·
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La educación por “competencias” pretende presentarse como una pedagogía
de “última generación” capaz de salvar al sistema capitalista de su crisis y a
las nuevas generaciones del desempleo. Es el concepto mágico al que se apegan
los ministerios de educación para justificar las reformas educativas ordenadas
por el Banco Mundial, incluido no sólo el currículo académico, sino también las
relaciones laborales con los docentes.
En Panamá, país donde los vuelos teóricos no alcanzan grandes alturas,
la doctrina de las “competencias” ha sido resumida por el MEDUCA en su Decreto
Ejecutivo 920, fuertemente denunciado por los gremios docentes.
Sin la menor pretensión de creernos expertos en pedagogía, pero forzados
por las circunstancias de la lucha de clases que rodea nuestras aulas, nos
hemos visto obligados a un repaso rápido del tema para tratar de comprender
todo lo que está en juego detrás de las benditas “competencias”.
Empecemos por señalar que hay tres elementos implicados en este asunto:
1. La base epistemológica subyacente a la teoría de las competencias; 2. La
propuesta pedagógica concreta; 3. El marco social, económico y político en que
surge.
La epistemología de las competencias:
La epistemología o concepción teórica y metodológica subyacente a la
pedagogía de las competencias suele ser falsamente presentada como un
desarrollo del constructivismo pedagógico de Piaget, Vygotsky y Freinet. Nada
que ver. En todo caso su origen epistemológico es completamente opuesto al
constructivismo pedagógico.
Según Nico Hirtt, pedagogo belga dirigente del grupo Appel pour
une Ecole Démocratique (APED), la pedagogía de las competencias nace
del “constructivismo filosófico” (también llamado radical o epistemológico o
“relativismo”) no del “constructivismo pedagógico”. Para el constructivismo
filosófico, la realidad depende de la construcción mental del observador, la
cual, a su vez, se basa en las experiencias personales. De manera que para esta
perspectiva la ciencia no busca la “verdad”, ni el conocimiento “objetivo”,
porque existen tantas verdades como observadores haya.
Hirtt nos alerta para no confundir “constructivismo pedagógico” (Piaget,
Vigotsky) con “constructivismo epistemológico”.
Para Piaget y Vygotsky, la existencia del mundo real u objetivo no
estaba cuestionada. La pedagogía debía llevar al estudiante hacia el
conocimiento (como fin último de la educación) mediante una serie variada de
técnicas en la que el educando es ente activo para que vaya “construyendo” ese
conocimiento a partir de experiencias concretas y compresibles para él: “…
los conceptos se adquieren más fácilmente y más eficazmente cuando durante el
aprendizaje el educando pasa por un proceso de (re)construcción de conocimientos…,
por su participación en un proceso hipotético-deductivo”, dice Hirtt.
Para el “constructivismo filosófico”, lo que está en construcción no es
el conocimiento, sino la propia realidad. Desde esta perspectiva la
realidad es hasta cierto punto “inventada” (por las experiencias anteriores,
las percepciones y los datos empíricos). Nunca se podrá llegar a conocer la
realidad tal como es, o sea, nunca habrá conocimiento objetivo. Esta
perspectiva se remonta a Kant y hasta el subjetivismo extremo. En ella han
trabajado epistemólogos muy reputados en las universidades del siglo XXI:
Watzlawick, Glaserfeld, Prigogine, Luhman, Morin y Maturana.
Porque no viene a cuento, no vamos a entrar aquí en el debate
epistemológico, ni en la crítica correcta de las deformaciones del positivismo
con toda su carga de pretendida “objetividad” al servicio de intereses
concretos, sin caer en los extremos relativistas de esta corriente
“constructivista”.
Para el debate pedagógico, que es el que nos interesa ahora, el problema
del “constructivismo filosófico” es que desdeña el conocimiento (en el cual no
cree) como objetivo último del proceso educativo, y cambia el acento hacia los
procedimientos, las metodologías, las actitudes y aptitudes subjetivas del
educando, como fin primordial de la educación.
De ahí deriva que se valore más la capacidad del docente de desarrollar
“programas analíticos por competencias” que su real capacidad para transmitir
conocimientos. De ahí que, como es el caso de Panamá, sea un requisito para ser
docente pasar por los cursos de docencia superior (volcados al manejo de las
TIC’s) que los postgrados de especialidad.
La propuesta pedagógica de las Competencias:
Aclarado lo anterior, es fácil comprender las diferencias abismales
entre la pedagogía constructivista (Piaget, Vygostky) y la pedagogía
fundamentada en la “educación por competencias”.
El objetivo central de la educación, para el constructivismo piagetiano,
era el conocimiento, es decir, la comprensión del mundo (natural y social)
mediante conceptos que el educando iba construyendo con una batería de técnicas
propuestas por el docente que llevan al estudiante a resolver problemas. Aquí
las técnicas pedagógicas son un medio para un fin: el conocimiento.
En la educación por competencias, el conocimiento como tal deja de ser
el objetivo central del proceso educativo, y pasa a jugar un papel secundario,
dándose prioridad a las técnicas, las cuales pasan de medios, para convertirse
en el objetivo prioritario de la educación. Eso es lo que está detrás del
famoso slogan de: “saber hacer”.
La educación por competencias se carga de un plumazo todo lo que en la
educación procuraba la “comprensión” de la realidad, al calificarlo como
“saberes muertos”, sin valor (ni de mercado, ni moral). De manera que es más
importante, para las competencias, que el estudiante sea capaz de manipular un
“data-show”, a que haya comprendido cabalmente los conceptos centrales de las
ciencias naturales y sociales.
El corazón de las competencias, y el objeto de la evaluación, no son los
saberes (conocimiento), sino las actitudes y el comportamiento del estudiante:
responsabilidad, eficiencia, iniciativa, ejecución, trabajo en grupo,
adaptación a circunstancias cambiantes, etc.
La pedagogía de las competencias lo resume en sus tres pilares: saber
ser (comportamiento), saber hacer (habilidades) y saberes (conocimientos).
Dividen las competencias en tres niveles según las capacidades que se entregan
al educando: Básicas (efectividad personal), genéricas (mayor empleabilidad) y
específicas (dominio funcional de un área).
En palabras de Nico Hirtt: “Entre los dos tipos de enfoque, la
relación con el error se encuentra completamente al revés. En la pedagogía
constructivista, lo más importante no es que el educando culmine la tarea, sino
que haya aprovechado su trabajo (y sus errores eventuales) para progresar en el
descubrimiento y dominio de conocimientos. En la enseñanza de competencias, el
progreso en el dominio de conocimientos no es un objetivo en sí mismo. Sólo
cuenta el resultado final. Adiós al derecho de error, pero por sobre todo,
adiós a la utilización del error como palanca pedagógica”.
La principal víctima de las competencias es la búsqueda de “la verdad
sobre el mundo” (conocimiento racional) y es lógico que así sea, puesto que la
filosofía (epistemología) que les da origen (constructivismos filosófico) ha
declarado a la realidad como un hecho “imaginado” (no objetivo) y relativo.
Eso explica que las reformas educativas en boga lleven a su aniquilación
a los cursos cuyo objetivo es la reflexión y comprensión del mundo: filosofía,
historia, sociología. Y los cursos enfocados al conocimiento concreto, tengan
por objeto, no el conocimiento conceptual, sino las técnicas (saber hacer).
Por eso en Panamá, el MEDUCA se ha cargado cursos como el de “Historia
de las Relaciones de Panamá con Estados Unidos” y en general ha comprimido la
Historia en un pensum abigarrado a abordar en poco tiempo, más
volcado a fechas y personajes, que a la comprensión de los procesos.
Por eso en las universidades, cursos como Sociología, Historia y
Filosofía tienden a ceder espacios a favor de Inglés y las famosas TIC’s.
En mundo marcado por la crisis económica y social, la injusticia, la
desigualdad, la discriminación, la corrupción generalizada, no es muy
conveniente para las clases dominantes que los estudiantes reflexionen sobre la
realidad, es mejor atiborrarlos de la falsa idea de que si hablan inglés y
saben manejar una computadora se habrán salvado del desempleo y la miseria.
¿Quiénes están detrás de las competencias?
Es evidente que una pedagogía sustentada sobre las competencias (“saber
hacer” y “saber ser”) y no sobre el conocimiento (“saberes”), se propone como
centro del proceso educativo no la formación de un trabajador especializado o
profesional en un área específica, sino de un asalariado dúctil (“capaz de
adaptarse a todas las circunstancias”), un “utility”.
En este enfoque pedagógico de las competencias se profundiza el proceso
que Carlos Marx llamaba la transformación del “trabajo concreto” en
“trabajo abstracto” que realiza el capitalismo. Es decir, para el sistema
capitalista cada vez importa menos la capacidad de un trabajador de crear un
producto a partir de su dominio de una técnica o de su habilidad personal. El
sistema, promoviendo la simplificación de los procesos laborales y su división
social impone tareas simples (mecánicas) que cualquiera puede realizar
(Taylorismo y Fordismo). De esta manera se abarata el costo de la mano de obra
y se aumenta la plusvalía y la ganancia empresarial.
No es casualidad que la pedagogía de las competencias sea impulsada por
organismos financieros como el Banco Mundial, junto a toda la batería de
medidas neoliberales que han empobrecido a la clase trabajadora, incluida la
desregulación laboral que ha llevado al empleo precario y a los bajos salarios.
Después de todo, “competencias” es un concepto empresarial, derivado de
“competitividad”, sinónimo de “productividad”, o mayor explotación de la fuerza
de trabajo por el capital.
Helen Bertrand, dirigente docente francesa, establece la coincidencia en
el tiempo, lugar y origen institucional de la pedagogía de las competencias con
la imposición del modelo económico neoliberal en Europa y Francia. Un primer
referente es el informe de Michel Drancourt (“Le fin du Travail”, 1984), que
señala: “Debemos tomar iniciativas políticas… (consistentes) en degradar los
reglamentos, los derechos adquiridos, los hábitos administrativos, los
corporativismos en el sector público, las estructuras de enseñanza
tradicionales típicas del estado de bienestar”.
Bertrand señala que en 1989, la Mesa Redonda de los industriales
europeos (ERT)exigió “una reforma acelerada de los sistemas de enseñanza y
de sus programas… (para que) la educación y la formación se consideren
inversiones estratégicas vitales para el éxito de la empresa del futuro”.
En 1991, en Francia, la Ley Aubry, creó “el balance de las
competencias” profesionales. En 1995, el Informe Mine, publicó
“El trabajo en veinte años”, donde se señala la necesidad de reformar el Código
de Trabajo y la educación en Francia.
La Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE),
que reúne a las potencias capitalistas, publicó en 1995 “La flexibilidad
del tiempo de trabajo” y en 2001 “¿Qué futuro para la escuela?”. Entre
2000 y 2006, la Unión Europea aprueba el marco de referencia para las
“competencias-clave”, necesarias “para el aprendizaje a lo largo de la vida,
para el desarrollo personal, la ciudadanía activa, la cohesión social y la
empleabilidad”.
Helene Bertrand cita a todos estos organismos y comisiones europeas
quienes confiesan que su objetivo es abaratar el costo de los procesos
educativos para transferir al estudiante la responsabilidad por su propia
formación (“cultura de la responsabilidad”):
“De esta forma, a nombre de la “formación a lo largo de la vida”, el
asalariado termina siendo responsable de su “empleabilidad”. Debe formarse
permanentemente, incluso en su tiempo libre, para ser competitivo para la
empresa. El patrón se deshace así de la obligación de financiar la formación
profesional continua (…). Si el trabajador debe constituir su propio capital de
competencias originales y flexibles, que reemplazan el escalafón de
calificaciones reconocido a nivel nacional, los diplomas y programas, tal y
como se les reconoce en la actualidad, no van a tener utilidad”, dice
Bertrand.
Ojo, porque aquí la siguiente víctima de este modelo de competencias son
los diplomas y títulos, los cuales ya no tendrán un peso concreto en el
currículo del trabajador, sino que pasarán a ser una “competencia” más entre
otras.
Eso explica que en los últimos años en Panamá hayamos conocido
propuestas como el “examen de barra” cada 5 años para que los titulados como
abogados tengan que validar reiteradamente su profesionalismo. Medidas
parecidas se han planteado para el sector médico, donde el título obtenido
luego de muchos años de estudio no daría seguridad profesional, sino un examen
periódico de las “competencias”.
En esta corriente también entran medidas como las tomadas en el sistema
de evaluación de concursos de la Universidad de Panamá, en que las ejecutorias
profesionales dejan de tener valor cumplidos los cinco años, con lo que se
obliga al profesional a tener que estar buscando títulos constantemente para no
perder sustatus profesional (puntismo).
Incluso el reciente Decreto 920 del Ministerio de Educación que pone en
entredicho la estabilidad del docente de la básica y la media al someterlo a
más de 15 criterios de evaluación (competencias) que si no se cumplen pueden
llevarle camino al desempleo.
Sin embargo, los programas por competencias no son algo nuevo en Panamá.
Si algo bueno se puede decir de la actual ministra de Educación, Lucy Molinar,
es que ella no es la única responsable de la implementación del esquema
educativo neoliberal. Sus antecesores en el cargo ya habían avanzado por este
camino. Los famosos “programas analíticos por competencias”, que se han
convertido en el fetiche de la reforma curricular, ya son pan de cada día en la
básica y la media y en todas las universidades privadas.
El balance de la aplicación de esas reformas pedagógicas constituye un
mentís a la principal afirmación de las autoridades en el sentido de que estas
reformas son la tabla de salvación del país y que nos conducirán por la senda
del “desarrollo”. Las “competencias” sólo han servido para seguir abaratando la
fuerza de trabajo y sometiendo a los docentes mayores dosis de “stress” y
explotación.
Bibliografía
1. Bertrand, Helen. La evaluación
de las competencias: ¿Qué está en juego?. En: Competencias: un
desastre pedagógico. Un debate sobre la política educativa en Europa. Cuadernos
de Formación del PRT de Costa Rica. San José, s/f.
2. Hirtt, Nico. L’approche par
competences: une mystification pédagogique”. EN: Competencias: un desastre
pedagógico. Un debate sobre la política educativa en Europa. Cuadernos de
Formación del PRT de Costa Rica. San José, s/f.
Olmedo Beluche es un sociólogo y analista político panameño, profesor de la
Universidad de Panamá y militante del Partido Alternativa Popular
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